La microbiota cumple con diferentes funciones y la defensa es una de ellas. El 70% de las células inmunitarias residen en el intestino y la microbiota se encarga de la maduración y desarrollo del sistema inmune.
El objetivo, por tanto, es proteger las mucosas frente a microorganismos patógenos y sustancias exógenas a las que están expuestas, a la vez que garantizar la tolerancia frente a los microorganismos beneficiosos que habitan en nuestro organismo, no solo en la luz intestinal sino en todas las superficies expuestas al medio externo.
La respuesta inmunológica tiene dos vertientes, la llamada respuesta innata o inespecífica y la adquirida o específica.
La innata se produce en respuesta a aquellos antígenos que tienen contacto por primera vez con el organismo, intervienen principalmente neutrófilos, monocitos, células NK, macrófagos y células dendríticas; estas últimas son especialmente abundantes en el intestino y junto con los macrófagos, actúan como presentadoras de antígenos, es decir, transmiten la información a los linfocitos, desencadenando por tanto la respuesta inmunitaria específica o adquirida.
La respuesta específica se produce cuando penetra en el organismo un antígeno con el que se ha tenido contacto previamente, es decir, actúa a través de las células de memoria. A su vez, se realiza por dos mecanismos, la respuesta humoral y la respuesta celular. La respuesta celular es la propia de los linfocitos T. La respuesta humoral tiene lugar gracias a los linfocitos B que producen inmunoglobulinas. Se ha comprobado que existe una relación entre la producción de inmunoglobulinas (anticuerpos) en el intestino y la microbiota, puesto que ésta induce la producción de inmunoglobulina A y además ralentiza su destrucción, permitiendo que esté activa durante más tiempo.
El sistema inmune es tremendamente complejo, pero su actuación siempre comienza con el contacto inicial entre el organismo y el patógeno. Este primer encuentro se produce en los tejidos denominados primera línea de defensa, es decir, la piel y las mucosas entre las que destaca la mucosa intestinal, que alberga un gran porcentaje de las células inmunitarias del organismo en sus más de 300 m2 de superficie.
Las bacterias de la microbiota intestinal tienen un papel fundamental en el funcionamiento del sistema inmune, pues actúan tanto en el desarrollo como en el entrenamiento de la respuesta defensiva y contribuyen a modular la acción de las células inmunológicas.
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Los procesos inmunológicos que tienen lugar en la mucosa intestinal, se realizan a través de la denominada barrera intestinal. Se denomina barrera intestinal a un conjunto de elementos celulares y extracelulares presentes en el intestino, cuya acción coordinada, consigue impedir el paso de antígenos, toxinas y bacterias patógenas, pero manteniendo una necesaria tolerancia hacia los antígenos de la dieta y las bacterias que forman parte de la microbiota intestinal.
Los elementos que conforman la barrera intestinal son, como elementos extracelulares el pH y secreciones digestivas, la capa de moco que reviste a las células epiteliales intestinales y el peristaltismo. Y como elementos celulares, el propio epitelio intestinal formado por enterocitos y otras células, el GALT o tejido linfoide asociado al intestino y por supuesto la microbiota intestinal que es un elemento esencial de la barrera intestinal: la microbiota tiene un papel defensivo directo, pues limita la colonización de patógenos por un mecanismo de competición por nutrientes y por hábitat; también modifica el pH acidificando el medio, lo que dificulta la proliferación bacteriana y produce bacteriocinas que inhiben el crecimiento bacteriano. También está directamente implicada en la respuesta inmune y se ha demostrado que algunas cepas probióticas estimulan la producción de IgA secretora.
La microbiota intestinal forma parte de la función de barrera intestinal y su equilibrio es fundamental para el desarrollo de una respuesta inmune adecuada. Las bacterias de la microbiota intestinal compiten con los patógenos por el hábitat y el alimento, dificultando su proliferación en el intestino.
Además, se ha demostrado que algunas cepas bacterianas, integrantes habituales de la microbiota intestinal, tienen un papel aún más destacado en este sentido. De entre estas cepas, cabe destacar el Lactobacillus Rhamnosus GG. Esta es una de las cepas probióticas más conocidas y estudiadas. En los estudios publicados se menciona que LGG contribuye al reequilibrio de la microbiota intestinal en caso de disbiosis, presenta efectos antiinflamatorios, inhibe el crecimiento de distintas cepas de algunos patógenos y mejora la respuesta inmune.
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Mientras que en el intestino existen unas 1000 especies diferentes de microorganismos, en la vagina, tan sólo se han aislado unas 15 especies diferentes entre las que predominan los lactobacilos. Estas bacterias tienen la capacidad de producir ácido láctico, lo que es fundamental para mantener un pH bajo (ácido) en la zona. El pH ácido dificulta la presencia de bacterias patógenas, por lo que el equilibrio de la microbiota vaginal constituye el principal factor de protección tanto frente a infecciones vaginales como frente a cistitis.
Las cistitis son una de las infecciones más comunes, especialmente en mujeres. La mayoría de estas infecciones urinarias están producidas por microorganismos procedentes de la zona del colon (especialmente E. coli), que deben migrar hasta la uretra para ascender desde allí a la vejiga y anclarse para producir la infección. A su paso por la vagina, el pH ácido de la zona, en el caso de existir una microbiota vaginal equilibrada, dificultará su migración; por el contrario, la disbiosis vaginal, facilitará la aparición de infecciones urinarias.
Las mismas cepas bacterianas que habitan en la vagina pueden utilizarse como probióticos y pueden contribuir a la prevención de las recidivas, gracias al mantenimiento del equilibrio en la composición de la microbiota autóctona. Cuando estos probióticos se toman por vía oral, tienen capacidad para migrar a la región vaginal desde el intestino, a través de la zona perineal. El intestino actúa como reservorio para la colonización de la vagina por parte de los lactobacilos.
El sistema inmunitario es el responsable directo de la defensa frente a microorganismos patógenos, pero para entenderlo bien, hay que tener en cuenta dos cuestiones muy importantes: el sistema inmune no trabaja solo ni aislado del resto de los sistemas orgánicos y no es un sistema diseñado para rechazar todo lo que viene de fuera. La respuesta inmune se inicia siempre con el reconocimiento, es decir, el sistema inmune decide si aquello que ha venido de fuera es peligroso y debe eliminarse o por el contrario es necesario o al menos inocuo y se debe tolerar: hay que recordar que de fuera vienen los alimentos, los medicamentos, los tejidos trasplantados... no todo lo que viene de fuera es peligroso, al contrario, en muchos casos es imprescindible para la vida; pues bien, la presencia de bacterias probióticas en el intestino, entrena al sistema inmune para la tolerancia. En definitiva, la microbiota actúa como inmunomoduladora entrenando al sistema inmune para decidir entre ataque o tolerancia y por tanto, optimizando la defensa frente a infecciones.
Los complementos alimenticios no están pensados como sustitutos de una alimentación variada y equilibrada ni de un estilo de vida saludable.
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