Una microbiota intestinal sana no sólo es fundamental para la salud del sistema digestivo sino que ha demostrado jugar un papel importante en la regulación del sistema inmune, y por tanto, en la prevención de enfermedades. Por ello y para que no se altere su equilibrio, debemos cuidarla y así mantener nuestro bienestar general. Determinados hábitos, y entre ellos, los malos hábitos alimentarios influyen mucho en esa alteración.
Para lograr una mejor microbiota bacteriana los expertos recomiendan llevar una dieta rica en fibra, a base de alimentos de origen vegetal, en concreto, frutas, verduras, frutos rojos, frutos secos naturales, cereales y productos derivados elaborados con harinas de grano entero. Asimismo, se debe acompañar de una dieta baja en grasas, consumiendo de manera moderada la carne roja así como las carnes procesadas o los alimentos con un elevado contenido en azúcar, sal o grasas saturadas. Por otro lado, se debe priorizar el consumo de legumbres, carnes blancas, pescado fresco, huevos y otras fuentes de proteínas de origen vegetal.
De la misma manera, nuestro estilo de vida también es uno de los responsables del estado de nuestra microbiota, y por ello, y para mejorarla, debemos sustituir las bebidas azucaradas por agua y eliminar el alcohol, así como evitar el estrés, consumo de café y el tabaco que ejercen un impacto verdaderamente negativo sobre la misma.
Por otra parte, si sabemos que tenemos la microbiota alterada por no seguir unos hábitos saludables, podemos, fundamentalmente, modificar la dieta y, conjuntamente con la toma de probióticos y/o prebióticos, ayudar a revertir esa alteración. Los probióticos ayudan a reequilibrar la microbiota intestinal, incorporando especies bacterianas beneficiosas para la salud y los prebióticos promueven el crecimiento y la actividad de dichas bacterias.